miércoles, 5 de agosto de 2015

Sierra con el Ramón

Cuando ya los tres éramos amigos inseparables decidimos ampliar nuestros recorridos de alpinismo. Nuestras aventuras habían sido bien intensas hasta el momento y de altas exigencias, empecé en primer año de U, cuando unos cabros nuevos del barrio allá por Solovera los pillé hablando del asunto e hicimos buenas migas. Subimos algunas veces hasta la cuesta Mallarauco y recorrimos los pseudo-senderos de la cumbre y me quedó gustando el asunto.

Después conocí al Ra que era experto en esta cuestión, pero hacía rutas un poco más exigentes. Así que empecé con los cabros de la Solovera a buscar nuevos desafíos. Con ellos subí el Provincia, recorrí el Cordón de los Españoles pasando por los cerros Conchalí y el Carpa. Incluso hicimos el Arqueado de Barrera. En otra ocasión subimos el Piuquenes por La Dehesa y ahí empecé a exigirme un poco más. Nos distanciamos un poco con los cabros del barrio, porque a ellos les gustaba caminar, pero no eran de acampar y hacer caminos de varios días.

Y con el Ramón empezó la travesía, escalamos juntos el Plomo y también recorrimos gran parte de Yerba Loca hacia el glaciar La Paloma y algunas otras rutas de trekking liviano.

Por su parte, la Domi se conocía el Chena al revés y al derecho, había sido parte de su vida desde su infancia, de manera que numerosas veces lo había subido por las distintas rutas que el majestuoso cerro ofrece. Además, también había subido el cerro Manquehue un par de veces. Hasta ahora no conozco este cerro, y me arrepiento un poco, porque es otro cerro que casi todo Santiaguino conoce, pero irónicamente, pocos saben cuál es y casi nadie conoce su nombre. Así llegó la gran idea de mi amigazo Ramón.

Ya habíamos subido el Plomo y de la Sierra conocíamos un poco de la quebrada de Macul y el Provincia. Pero esto era grande, al Ra se le ocurrió cruzar toda la Sierra de Ramón, desde el Provincia cruzando los cerros Tambor, de Ramón, Punta de Damas, bajando por el Minillas y llegando a los inicios del Cajón del Maipo cerca de las Vizcachas.

Corría el mes de Diciembre y los tres ya estabamos exentos de deberes académicos, haciendo ideal la excursión sabiendo que además de la libertad, había dejando caerse una de esas lluvias veraniegas 2 días antes del inicio de la excursión, por lo que contaríamos con agua durante el camino.

Lo que me emocionaba de este viaje -y también la razón por la que el Ramón nos convenció a mí y a la Domi- es que la Sierra de Ramón es un lugar que todo Santiaguino conoce, su majestuosa altura trasciende a cualquier discriminación que tanto existe en esta ciudad. Todo Santiaguino conoce esta Sierra viva donde viva, su nieve deleita a sus ciudadanos en los meses de invierno cuando toman desayuno. Los ricos viviendo a sus faldas y el resto de nosotros mirándola desde lejos, pero completa. Poder recorrer sus senderos y cumbres de seguro que iba a ser una experiencia muy bonita.

Estaba decidido, partiríamos un jueves y volveríamos un sábado. La vieja de la Domi nos iría a dejar al puente Ñilhue y nos iría a buscar a Las Vizcachas.

Esta fue una de las tantas veces que seguí el Mapocho hacia su cara oriente. El viaje empezó siendo bonito desde el principio. La suegra hablaba de cómo era Santiago antes y a mi me gustaba escuchar las historias. Mientras avanzábamos todos veíamos el cambio del color de sus aguas, que en El Monte son color "neutro", en Santiago son de color café, y camino a La Ermita son de color turquesa. Con el Mapocho y sus aguas de color paraíso empezaba nuestro viaje.

Corrían las 7.20 de la mañana y estábamos en el puente Ñilhue dispuestos a empezar nuestra aventura. Los tres agradecimos a la mamá de la Domi y le deseamos un buen día en el trabajo.

Enfilamos el rumbo teniendo como meta llegar a la cumbre del Provincia entre las 3 y 4 de la tarde. Y siendo tan temprano teníamos mucho tiempo por delante, así que camino a la cumbre salieron de los más variados temas: sudor, dificultad de la subida, sed, calor, infancia, chistes, entre otros. El camino se hizo bastante agradable, porque íbamos más bien calmados y a ritmo regular de acuerdo al camino.

Naturalmente, yo era el más cansado de los tres, pero no porque me faltaran ganas. Simone dice que el hombre tiende a querer poseer, violar las cosas, y que en ese sentido hace de la mujer un objeto. De la misma manera que el hombre posee a una mujer, cuando el hombre alcanza una cumbre de un cerro, posee la montaña, o a fierro pelao', la viola.

Francamente, encontré por mucho tiempo que la vieja estaba equivocada cuando escribía estos textos, pero escalando la sierra hacia el Provincia me cambió la visión de lo que ella decía, nosotros íbamos con la ambición de cruzar la Sierra no sólo porque creíamos que era una posibilidad majestuosa que la cordillera nos brindaba, sino que también porque queríamos mirar el entreríos del Maipo y el Mapocho desde arriba, desde los lugares que de nuestras casas se ven a lo lejos (y bien a lo lejos, por la chucha). Metafóricamente, queríamos violar a Santiago admirándola desde la cumbre más alta que la ciudad ofrece para mirar, queríamos ser su monarquía, estar en el olimpo, en el lugar donde el poderoso debe estar y donde el indefenso debe subyugarse.

Más aún, si miramos la aventura fríamente, nos damos cuenta que esta aventura no es más que un pasatiempo de niñitos universitarios estresadamente aburridos. De pensar un poco en esta cuestión me dio un poco de vergüenza estar escalando el cerro. Sólo por estar aburridos, sólo porque podíamos, sólo por querer violar la sierra, sólo por querer mirar a todo Santiago desde arriba.

Irónicamente, la Domi discrepó de la idea y calificó a la vieja de loca, o algo así, pero me dijo que iba a leer el libro. El Ramón, por su parte, reafirmó un poco lo que yo pensaba.

Íbamos en esa conversación cuando llegamos a la cumbre del famoso Provincia. Desde ahí se veían majestuosos los cerros Del Medio, Alvarado, Manquehue, Calán, Apoquindo y quizás se me escapa alguno. Realmente es sublime la vista desde ese lugar. Se ve fundamentalmente la parte noreste de la capital, pero la vista es impagable.

En la tarde nos dedicamos a cocinar algo y a armar el campamento. Era tarde para poder seguir, porque el paso calmado de ascenso hizo que llegáramos un poco más tarde de lo pensado. Yo había estado en algunos lugares notables para relajarse y observar las cosas, pero ninguno tan especialmente bello como éste. Y lo mejor era que aun quedaba mucho más recorrido, porque sólo llevábamos cerca de un cuarto de la sierra, aquí soltamos la lengua y conversamos de algunas cosas profundas, como se hace en todo viaje.

De todas maneras, el pensamiento y la discusión con mis compañeros de viaje me había dejado medio mal. No por el tono, sino que por la significancia de lo que estábamos haciendo.

Al otro día fui sorpresivamente el primero en despertarme. Noté que era aún de noche y el reloj me marcaba un par de minutos antes de las 8 de la mañana. Me vestí rápidamente y salí a hervir agua y prepararme para ver el amanecer al otro lado de la cordillera. El ruido que hice, supongo, despertó al Ra, que me fue a acompañar en un espectáculo poco común para muchos.

Despertamos a la Domi, tomamos desayuno y partimos cerca de las 9 rumbo a la cumbre más alta: El Cerro de Ramón. En el camino seguimos dándole vuelta a la cuestión de ser unos cabritos estresados y etcétera.

La llegada al Morro del Tambor fue casi una sorpresa, el tiempo se me pasó volando, mayormente porque el camino es bastante cómodo, aunque corría un poco de viento. La conversa en este tramo fue silenciosa justamente porque corría el viento.

Aun así, la caminata fue muy agradable, el silencio es cómodo cuando hay algo que lo apacigua. De igual modo que el río puede emitir calma cuando el ánimo lo permite, el viento cordillerano puede hacer lo mismo con el viaje. En este momento que es de los mejores para la reflexión fue cuando dejé de sentir compasión por mí mismo: el ser humano necesita ocio y espacios para la distracción. Algunos van al parque, algunos van a la playa, algunos se toman chelas en el bella, algunos suben el San Cristóbal en bicicleta, algunos cruzan el Salar de Uyuni, y otros como nosotros cruzamos la Sierra de Ramón. Qué de malo puede haber en eso? Es condenable querer cruzar una sierra y querer admirar la mezcla naturaleza-hombre entre Santiago y sus cerros?

Es condenable querer ir a la altura y admirar el paisaje montañoso?

Eran como las doce y cuarto y estábamos en la cima del Tambor. Transmití mis reflexiones a mis compañeros montañistas y la Domi dió en el clavo: el asunto de la violación (en el sentido que en este texto he expuesto) no es del hombre, sino que del ser humano, todo aquello de lo que De Beauvoir habla no le es inherente al hombre. Probablemente es un hecho histórico que los hombres han sido así con la superioridad en general: el superior posee al inferior. Nosotros desde la montaña poseemos la ciudad de Santiago y su imponente Sierra. Empero, entre nosotros hay también una mujer, ella también está con nosotros, ella también está violando la montaña, ella también se hace dueña de todo lo que nosotros poseemos. No son sólo los hombres los que poseen a las mujeres en el acto sexual, sino que también es a la inversa. O al menos así debería ser.

Derretimos un poco de nieve para el camino al Ramón. La vista era buena, pero no excelente como en el Provincia, así que no nos quedamos mucho rato. Nos fumamos unos cigarros mirando el paisaje, después nos comimos unos pancitos y partimos rumbo al Ramón apertrechados de agua para el camino.

Hacia el Ramón el camino nos perdonó un poquito más, sin mucho viento y una temperatura agradable para la altura a la que estábamos, así que nos fuimos echando la talla y felices caminando por la "meseta" que hay en el tramo. Es raro en este tramo mirar hacia el sur y ver "el patio trasero" de Santiago, con su cordillera aún más imponente que lo que la Sierra ofrece a la ciudad.

Desde el Ramón la vista es francamente sobrecogedora, la disminución de esmog durante el verano hace la vista un poco mejor de lo que -supongo- sería en invierno sin lluvias. Alcanzamos a ver el cerro la Cruz desde donde estábamos, pero decidimos no ir, porque estábamos un poco atrasados debido al viento camino al Tambor.

En la cima les saqué una foto a la Domi con el Ramón. Es uno de los recuerdos más bonitos que tengo de esta famosa sierra, estábamos felices y llenos de energía, éramos jóvenes y teníamos toda la vida por delante. Un día el papá de la Domi nos contó que leyó un libro de un viejo que no recuerdo (Neruda, quizás?) que decía que si tuviera que cambiar algo de su vida, definitivamente haría más cosas por su vida y agotaría su juventud. Pues bien, nosotros estábamos construyendo nuestras vidas de modo que no tuviésemos este tipo de arrepentimientos, gastando nuestras energías, buscando nuevos rumbos y tratando de deleitar nuestros ojos con lo que Santiago nos ofrecía.

La Domi en esta foto sale muy bonita, la normal forma cóncava hacia abajo de su boca no se nota, el viento le echa su pelo relativamente largo hacia atrás y sonríe mientras abraza a mi mejor amigo que extrañamente también toma una buena foto, se le ve contento y feliz por estar ahí con nosotros.

Seguimos después camino al Punta de Damas. Este camino es como las huevas, lleno de rocas y con peligro de caidas debido a las pendientes que el filo forma. No hubo mucho tiempo para conversar ni reflexionar, pues naturalmente la conciencia la tienes puesta en no sacarte la mierda y salir vivo de ese lugar. Mientras avanzábamos por el implacable camino el sol se iba acercando al oeste y formó una imagen maravillosa: El antecrepúsculo era ineluctable y el cielo lo anunciaba con su color rojo tendiendo a rosado. Tampoco es que hubiese mucho tiempo para admirar el asunto, porque había que llegar rápido al Punta de Damas para armar el campamento, así que seguimos, con el Ramón marcando el sendero, la Domi en medio y yo atrás.

Armamos el campamento, ya cansados de tanto caminar y nos dedicamos a conversar de temas académicos, a enseñar y aprender de Derecho y Medicina, y a proyectarnos como futuros profesionales. Al Ramón le gustaba el derecho penal, a mí el derecho laboral y a la Domi la endocrinología. Extraño tema para conversar en la noche cordillerana, pero así fue. Nos tomamos cada uno una lata de cerveza, nos fumamos un par de cigarros y nos fuimos a dormir.

Al otro día nos levantamos bien temprano casi los tres al mismo tiempo y aún de noche para iniciar lo que sería el día más largo de esta travesía. Desayunamos un par de pancitos y partimos camino al Minillas.

Iniciamos la caminata por un pseudo-sendero bien generoso comparado con el último tramo del día anterior sin saber que nos esperaba un día de melancolía y/o nostalgia extrema. Todo empezó al ver el amanecer camino a la última cumbre de esta expedición.

Corrían cuatro años desde que yo y el Ra entramos a estudiar derecho en la pontificia y cinco desde que la Domi entró a estudiar medicina en la casa de bello. Para armar un poco de contexto iré contando la historia de cada uno según tengo recuerdos de sus palabras e historias.

La Domi siempre ha sido una persona más bien extrovertida. De esas personas a las que a nadie puede caerle mal, de esas que no son el alma de la fiesta, pero deben estar, que son queridas. Hasta estos días todavía se junta con sus eternas amigas del colegio, con sus amigas médicas y aquellos que ha ido conociendo a lo largo de su vida. En el colegio siempre le fue bien, asunto que finalmente me atrajo de ella.

Sus días del colegio fueron bastante normales si se les compara con los míos. Es la misma historia vieja de los que estudian metódicamente para obtener logros académicos, recordaba ella sus días de tercero medio resolviendo ecuaciones cuadráticas y haciendo ejercicios de optimización por horas en el colegio mientras conversaba con cualquier compañero que estuviera cerca de la vida, o de lo que fuera. El tema no era tan difícil en ese entonces.

Al entrar a la U, en cambio, el asunto se pone cuesta arriba. El estudio requiere más tiempo de lo que exige un colegio, los temas pueden ser complicados y quizás requieren varias lecturas para poder digerir lo que las cosas significan. Existen ramos cortacabezas que te pueden llegar a dejar en un estado depresivo con facilidad y aprobarlos significa un alivio tremendo, atrás quedan los días en que se podía hacer deporte libremente, los días en que podías estudiar mientras hablabas con tus compañeros, los días en que la vida era fácil.

Ya habiendo pasado la mayoría de la carrera, sólo con un par de ramos y el internado por delante, la Domi había salido de los potenciales días de estrés de la universidad, estaba conmigo y ya el asunto académico era más cuesta abajo de lo que era cuesta arriba, y pasar por toda esa vorágine y llegar hasta este punto, donde podíamos ser libres y no tener mucho que perder por estar aquí era un logro. El arte de recordar depende mucho del estado anímico y de el entorno que te rodea. El estar cuesta abajo por sobre santiago supongo que la volvió romántica, o algo así, y la hizo acordarse de todo lo que ha pasado.

El Ramón, en cambio, era ese (no) estereotipo de persona que pocos hemos tenido la bendición de conocer. Es de esos que a los de afuera les parece que no les cuesta nada en la vida. Al contrario de la Domi, el Ra poco tiene de metódico y su proceso de estudio es más bien errático, aunque intenso.

Muchos proyectan sus dificultades y modo de vida sobre otros, pero pocas veces la gente se equivoca cuando dice que todos estamos cagados al menos en un aspecto de nuestras vidas. Si bien el Ramón es uno de los sujetos más impresionantemente inteligentes que conozco, durante este trayecto casi se desmorona. La búsqueda del amor es difícil para la mayoría, y mi amigo no es la excepción. Las cosas no son fáciles para los feos en los años de amores tempranos, y este es un asunto que puede llegar a traumar a cualquiera, porque todos llegamos a esta etapa en las (casi) mismas condiciones y en general con ninguna o pocas trabas en la mochila. Es el proceso de transformación de niño a hombre (también de niña-mujer) el que te puede aniquilar, el que te hace pensarte como un pelotudo, un incapaz, y cuántas otras cosas más.

Y la verdad es que el Ra era, aun con su escudo de persona antipática, una de las mejores personas que he conocido, porque los escudos finalmente cumplen la función de proteger de lo que hay atrás (que suele ser algo frágil). Camino abajo al Minillas nos contó la historia suya en el colegio, y no quiero, por respeto, contarla acá, pero quiero decir que me es difícil de entender, porque yo no sufro (ni sufrí) lo que él. Aunque eso es probablemente lo que explica su forma de ser.

Pero no olvidemos que el Ra finalmente conoció a la Lucía, una mujer que lo quiere más que la cresta, que lo siguió hasta el otro hemisferio del planeta.

Por último, con respecto a mí las cosas siempre fueron relativamente fáciles. No tenía muchos amigos del alma, pero no me faltaba la gente con quién conversar en el colegio. Mi sociabilidad siempre se vio mermada por el hecho de vivir en Talagante, de manera que pasaba gran tiempo de mis días viajando solo. Si no hubiese dedicado tanto tiempo diario a pensar no creo siquiera que habría entrado a la carrera, pero lo hice. El resto ustedes lo saben, la Sofía, la correspondencia, la sangre fría, el río, seguir viajando, el tren, la playa, el Plomo, etcétera.

Mi nostalgia en general es por la libertad de ir en el colegio. De la estabilidad que daba a mi vida, de lo difícil que era la U comparada con la época pingüina, de no sé. De mirar Santiago, de mirar el Maipo y sentir que me alejaba del Mapocho, de mirar a la Domi y al Ra y saber que los dos eran mis amigos del alma, que podíamos compartir momentos tan preciosos como el que vivíamos en el momento.

Al llegar al Minillas nos pusimos a llorar, pero estábamos felices, por tenernos en nuestras vidas, o qué se yo, la cosa terminó pareciendo final de teleserie con todos llorando. Miramos la zona sur de Santiago y nos emocionamos con las parcelas y fundos y divisiones de la tierra que se ven.

Seguimos más anímicamente calmados rumbo a la Hacienda el Peñón contando chistes gran parte del camino y agarrándonos pal hueveo, contando historias de patio de universidad y de barrio. Nos llegó el mediodía y tomamos un par de sopas que traíamos.

Finalmente seguimos por el tupido camino que nos lleva hacia la hacienda el peñón, aquí le sacamos algunas fotos a las aves del lugar. El camino fue más bien silencioso. La aventura llegaba a su final y estábamos cansados. Bueno, yo, al menos, porque no creo que la Domi y el Ra lo hayan estado tanto.

Llegamos a Las Vizcachas a eso de las 7 de la tarde de un Domingo. Llamamos a la mamá de la Domi y al poco tiempo llegó, nos invitó a tomar once en Las Vertientes, donde unos viejos que conocía, tomamos chocolate caliente y comimos kuchen, para reponer un poco el cansancio.

Después mi suegra nos llevó a mi casa por un camino bastante interesante. Nos fuimos por todo el Maipo, es decir, desde el Cajón del Maipo en dirección a Pirque-Alto Jahuel, de ahí a Buin en dirección a Maipo-Viluco, Cruzamos por Lonquén hacia Carampangue, pasamos Santa Ana de Trelbuco y finalmente nos llegamos al Mapocho en Talagante, para terminar en mi casa, allá en Solovera.

La mamá de la Domi siempre ha sido buena para hablar, y nos contaba de cómo era el sector de Buin-Maipo-Viluco antaño, y de la atrocidad de los hornos en Lonquén, del tren ahí en Carampangue y de que su mejor amiga de la vida vive ahí en Santa Ana de Trelbuco, y que iban a la playa, y tanto más que da para otra historia, porque esta me quedó larga.

Cuando llegamos a mi casa mis viejos nos recibieron bien, al otro día íbamos a ir a revelar las fotos. Después jugamos a las cartas por horas conversando de lo que el viaje significó, y de lo que había, y de que Santiago aquí y allá, etcétera.

Del Mapocho me crucé al Maipo, pero terminé volviendo al río que me ha visto desde chico y sin mentiras, el Mapocho.