sábado, 1 de noviembre de 2014

Ella

Llegó a mí como si su presencia fuera natural y, más aún, casi predestinada por la misma Naturaleza.

Caímos en un estúpido juego por varios meses, y mientras pasaban los días siempre supe que todo deveniría en algún momento en grandeza, en precisamente lo que es contrario a la mediocridad. Supe casi al conocerla que nuestra unión nunca caería en mediocridad, y que todo aquello que naciera de nosotros sería pura trascendencia.

Juntos vimos la luz y conquistamos el futuro, nos embarcamos en sendas empresas juntos. Quizás ella hizo de su empresa el estar a mi lado, y yo lo vi como un error, mas nunca lo fue, porque al seguirme ya sea sin saberlo o no, ella empezó a construir lo que sería un inmenso futuro lleno de aciertos y aprehendió el mundo de la más preciosa forma.

En cierto tiempo dejamos de entendernos y ella se dudó a sí misma. Nada me ha irritado más en la vida que esa decisión. No fue sólo estúpida, sino mediocre. Nunca supe si alguna vez ella entendió -o vió, o sintió- lo que yo al conocernos. El tomar esa decisión puso en duda toda nuestra relación, y marcó el fin de nuestro primer gran encuentro. Y claro, es lógico pensarlo: quién pone en duda los cimientos sobre los que se basa una relación no termina siendo finalmente un ente grato.

Algunos años más tarde volví a encontrármela en distintas condiciones, y volví a sentir que juntos formábamos trascendencia, que construíamos futuro, y que conquistaríamos el mundo, sin ningún miedo ni traba por delante.

De aquellas -y aquellos- que he conocido, hasta hoy pocas personas he sentido que podrán vencer la mediocridad en que vivimos en este país, todos alguna vez hemos oído a gente que irritantemente nos dice "estás loco por pensar eso"; pero dime tú, ¿Alguna vez te dije yo algo parecido? ¿Alguna vez me lo dijiste tú a mí?

Alguna vez personas -incluyéndola- se han autoimpuesto límites que no les permiten avanzar más allá de lo que piensan que pueden, cuestión que me irrita profundamente, y esto es precisamente lo que la ha hecho tan especial para mí; ha marcado ella casi por completo mi existencia desde que la conocí, porque nunca vi en ella a un ser inferior. Siempre la vi como una igual -a veces hasta superior-, llena de vitalidad y de enojos propios del que sabe que puede llegar más arriba demostrando con eso que su paso por este mundo no estuvo, no está, ni jamás estará para asuntos triviales o mundanos.

Por el contrario, ella apuntaba por lo que yo siempre supe que juntos -ahora separados- haríamos: trascender, salir de la mediocridad.

Y más aún, probablemente el capítulo que tantos años sin autoadmitirlo me ha costado cerrar, es porque precisamente jamás puse sobre la mesa aquello que ahora escribo. De hecho, creo que desde entonces me he vuelto altanero y he desarrollado un escudo para que pocas personas puedan siquiera llegar a deducir cosas sobre mí mismo. Mas eso no es importante, el capítulo final por estos días se desarrolla y el libro se terminará.

Pero seguirá estando escrito, y el tiempo me ha dado la razón. Ambos creamos trascendencia, tanto yo para ella cuanto ella para mí. Y no dudo que ambos saldremos -por caminos separados- al vuelo de la curiosidad, para escapar de la maldita mediocridad de este país, o, ya que se dice, de donde sea que estemos.

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