martes, 11 de noviembre de 2014

Espiritualidad

A modo de urgencia quiero escribir este pequeño ensayo.

Mucho se ha hablado de la espiritualidad y de las religiones. Muchos epítetos saltan a luz a la hora de hablar sobre religión y filosofía: tranquilidad, fortaleza, valor, voluntad, poder, conciencia, entre otros.

El objetivo generalmente es llegar a este punto donde tenemos absoluto control, primero de nosotros mismos y (a veces, o en realidad, muchas veces) sobre otros. Para llegar aquí se habla de una serie de pasos a seguir. Frecuentemente se le asocian maestros, procesos difíciles y "quiebracabezas", cuyos resultados llevan a la satisfacción personal, y nos proveen con altos niveles de concentración para resultar cosas que llegan a parecer maravillosas.

La verdad es que este tipo de procesos los adoptamos desde pequeños cuando nos plantean desafíos, preguntas capciosas, nos incitan a resolver rompecabezas o algunos asuntos parecidos (el Cubo Rubik, por ejemplo). Pero, ¿cuándo empezamos a sentir que estos desafíos no son suficientes? Y, ¿por qué lo sentimos así?

Notemos que la gran parte de las veces partimos por rechazar aquellos desafíos que parece que no podemos resolver, y, más aún, pensamos que jamás nos será posible resolverlos. Esto quiero plantearlo como premisa muy general. Vale decir, muchas veces esto no es así, pero la arrasante mayoría de las veces se cumple. Y es precisamente sobre la generalidad de esto que quiero hablar.

Si hemos de definir una filosofía (póngasele el nombre que quiera: doctrina, religión, espiritualidad, etcétera, etcétera) diríamos que -y sobre todo cuando hablamos de espiritualidad, es decir, del yo interior- en todo momento vivimos con aquello que nos hemos autoplanteado, o hemos quizás, adoptado de lo que otros han dicho.

Si observamos particularmente a los orientales, quienes son los padres del espiritualismo, todos ellos señalan que sus doctrinas se llevan a la vida entera, que jamás se termina por domeñar la doctrina entera. Y es cierto, sólo basta recordar que siempre el alumno supera al maestro.

Y lo que choca con todo esto es: ¿por qué existen ciertos momentos donde se abandona este pensamiento, esta filosofía? ¿por qué aquellos que lo hacen, y por sobre todo aquellos que más se consideran espirituales no se dan cuenta?

El problema que veo, es la sociedad en la que vivimos, que interfiere con aquellas enseñanzas que las doctrinas quieren entregar. En la mayoría de las veces se confunde el autoaprehenderse con vomitar todo aquello que sabemos sobre lo que hemos investigado. En efecto, la sociedad competitiva en la que vivimos nos obliga a competir incluso con el amigo, el compañero, en vez de informarnos y aprender más y más.

Esta anomalía tiene su máxima expresión cuando alguien toma la palabra casi dando un monólogo permanente acerca de todo lo que quiere hablar cuando en verdad si fuese alumno o aprendiz de verdad, se dedicaría principalmente a escuchar y aprehender todo aquello de lo que le hablan. Aquí es cuando se contradice el principio de que jamás se aprende enteramente sobre una filosofía espiritual de vida.

No se debe nunca confundir el alcanzar el máximo potencial del yo mismo con el de acaparar todos los momentos de los otros y hacerlos míos. NO. Porque el potencial del yo mismo es tal en tanto aprehendo lo que otros me enseñan.

Por lo mismo, aquellos que dicen seguir estas filosofías deben enfocarse principalmente en escuchar en vez de vomitar para alcanzar su máximo. Suena contradictorio, pero no hay falacia en esto.

Lo que aquellas filosofías relatan casi siempre es el trabajo que se debe hacer por uno mismo para obtener la satisfacción personal, y es precisamente esto lo que tenemos que seguir para encontrar el norte de la vida.

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