sábado, 25 de julio de 2015

Divagando

La Sofía ya venía pasando a ser un capítulo anterior cuando me vino la necesidad de replantearme, de pensar en quién era yo, qué esperaba y para dónde iba con mi vida. Es en este período cuando empiezo a darme cuenta que el río siempre iba a formar parte de mí, parte de mi personalidad.

Siempre me ha parecido mágico el río, probablemente porque vivía cerca, así que siempre estaba escuchando su sonido. Es francamente increíble como ese ruido se adecúa al estado anímico de la persona que lo escucha. Si estás triste el río emite el sonido más lúgubre que jamás se pueda escuchar, Si estás alegre, el río te acompaña, es tu amigo, es la alegría. Si buscas silencio ni la cueva más recóndita se le compara al silencio que proporciona el río.

Así pasé mucho tiempo pensando en que el amor era complicado, esuché millones de historias entre mis compañeros de la U, me acordaba de la Sofía y, sobre todo, de esa cuando me llamó borracha. Por la chucha, que me dolió esa mierda. Por qué yo estaba hasta el carajo y ella no?

En fin, entre tanta meditación y tránsito entre Talagante y El Paico desde casi cualquier forma terrestre o anfibia (no alcancé a nadar, porque, bueno, no alcanza el nivel del río) empecé a replantearme el tema amoroso.

Lo primero era saber quién era yo mismo, y de lo tergiversado que puede llegar a ser, escribo el recuerdo de mis conclusiones.

Yo era un cabro bueno para levantarme temprano, desayunar y ducharme con calma en la mañana, amaba la lluvia y no me molestaba el frío del invierno. Me gustaban las bufandas, los gorros y los abrigos. En invierno me dedicaba la mayor parte de mi tiempo en tránsito desde mi vivienda hasta la capital en mirar los atuendos de la gente por la calle.

Por otro lado, no tenía mucha dificultad en conocer gente, pero tampoco facilidad, porque pasaba gran parte de mi tiempo solo viajando, o escuchando el río, o caminando por él, así que tenía bastante tiempo para pensar. Quizás era un muchacho racional, quizás no. Esta parte no la tengo muy clara, porque a pesar de que gastaba mucha parte de mi tiempo en pensar cosas, el contexto cambia cuando te enfrentas de verdad a las cosas sobre las que piensas. Así que era racional la mayor parte del tiempo. Por eso fue que lo de la Sofía me marcó y me destrozó en cierto modo. Yo casi pensaba lo mismo, pero mis emociones me traicionaron.

Después, tenía que saber qué buscaba yo del amor, qué quería, cómo imaginaba que iba a terminar.

Antes de empezar todo esto quiero enfatizar que yo era el cabro más platónico que pueda recordar. Todo el día imaginando cosas, pensando cómo iba a ser mi vida, pensando todo el tiempo, sin jamás mover siquiera una célula mía para que las cosas que yo quería pasaran.

Si me hubieran preguntado por mis expectativas, ellas eran casi inexistentes. Yo casi esperaba que la obligación de ver a alguien todos los días en la U o en el colegio me llevara a una relación inesperada con alguna desventurada a la que le llamara la atención. El asunto con la Sofía había sido parecido, fue ella la que me buscaba, la que generó mi primera movida. Sin esfuerzo llegué a esa relación, que no olvidemos que devino en infelicidad.

Y así esperé en vano en la U conocer a alguien. Pero la cuestión siempre es diferente a lo que uno piensa. La compañera de mis sueños nunca llegó, no hubo romance, no existió persecución de felicidad, no llegó la mujer fuerte y estudiosa que yo quería conocer. La realidad me aterrizó de una manera que inefable sería poco decir.

Si me hubieran preguntado por lo etéreo y efímero, hubiese preferido una morena alta con nombre español que supiera el valor del trabajo, que supiera lo que cuesta ganarse un poroto. Hubiese preferido saltarme el principio, y llegar al final, tener una relación rutinaria donde no me costara nada, donde no hubiese tenido la necesidad de gastar energía.

En esa parada estaba cuando partí en dirección al litoral buscando encontrarme conmigo mismo, cuando renuncié a toda la cantinela que acabo de describir. Decidí que toda esa basura no lleva a nada, y me la jugué, y quise hacer algo de mi mismo.

Lo que siguió fue una de las épocas más intensamente aterrorizantes que he vivido, y sospecho que para la Domi también lo fue, porque le notaba su voz temblorosa las primeras veces que hablábamos por teléfono, pero con el riesgo gigante que tomé, también vino un gran premio.

Después de eso paseamos los dos juntos por el Mapocho, y a veces también por el Maipo, que queda un poco más cerca de su casa. Y el río nos acompaña siempre. Tomando decisiones y pensando lo que la vida nos depara.

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