Llegó el invierno y ya no todo era tan colorido, pero mis ganas de vivir y de ir adelante no se habían esfumado. Ahí estaba yo, empezando a fumar producto de la inseguridad que tú me dabas, porque no sabía que hacer en las situaciones que tú me ponías.
Perdóname, y perdónenme aquellas que por ser buenas con la gente le caen pretendientes. Yo no pude evitar caer en ese juego que para ustedes puede sonar estúpido. No hay nada que se pueda hacer contra eso, yo no buscaba a nadie, pero tú apareciste y simplemente quisiste entablar una amistad. Congeniamos, hablamos mucho y mutuamente conocimos nuestros interiores. Perdón por soñar contigo.
Y después vino el desengaño, en gran parte orquestrado por mí mismo. Dejando entrever que soy un pelotudo inseguro tú quisiste alejarte de mí y ya no verme más. Años más tarde comprendí que eso es lo normal, y la cosa era que yo estaba equivocado.
Y tú.
Tú te quedaste conmigo, con lo mejor de mí, y no me dejaste nada, y de nada nunca hay restos. Yo soñaba con estar contigo, y nunca pude conocerte. Te llevaste mis ganas de vivir, mis ganas de pecar, mis ganas de soñar, mis ganas de sentir.
Después de eso me marchité, igual que las flores. Pero supongo que no como cualquiera que simplemente vuelve a renacer la próxima primavera, sino que como alguna que le toma años volver a florecer. Espero que mi interior reverdezca.
Y ojalá que sepas, que no te guardo ningún rencor.
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