miércoles, 29 de abril de 2015

Ramón

En uno de mis años de universidad conocí a un sujeto de lo más intrigante.

Se llamaba Ramón, pero le llamaremos Ra. Este huevón era más feo que la cresta, lo digo sin pelos en la lengua, fui honesto con él y así tal cual se lo dije, hecho que me permite calificarlo de esa forma aquí. Feo, provinciano y pesado era este hombre.

Oriundo de las calles de Osorno, el Ra conocía Santiago como la palma de su mano, mejor que cualquier Santiaguino arrogante que bromea preguntando si en Osorno ya llegó el Internet. Varias veces me vi en la obligación de llamarlo para saber cómo llegar a ciertos lugares (quién cresta sabe como llegar a Renca, por ejemplo?).

El Ra era un hombre apasionado y sus objetivos nunca miraban más abajo que ser el mejor, tanto para la Universidad, el Atletismo, el Alpinismo y el Transporte. Siempre hacía todo con intensidad, no por nada era el mejor atleta de toda la Universidad Católica.

Tres años después de que lo conocí se puso a fumar. Yo nunca fui capaz de preguntarle por qué. Ya había pasado yo por esa experiencia, y ya sabía que me iba a contestar que no era de mi incumbencia el porqué de su vicio, además, yo sabía que era porque el Ra trataba de llenar su vacío interior con las piteadas que les daba a sus Latino (puta los cigarros malos).

Cuando fumaba fue cuando más amigos fuimos. No sé si se han fijado, pero el cigarro como que te da cierta complicidad con alguien. Desde luego que no es lo mismo conversar con alguien fumando que sin fumar, el ambiente cambia. Supongo que son las pausas que te ves obligado a hacer para exhalar, o qué se yo.

En fin, con el cigarro empezó nuestra amistad e hicimos de la Facultad de Derecho nuestra facultad. Conocimos cada rincón incluso infringiendo las leyes internas, como buenos estudiantes de Derecho que eramos. Un día en las catacumbas me comentó que a sus 22 años todavía era virgen, que nunca había tenido una mina, ni una polola, ni una amiga con ventaja, ni siquiera una amiga.

Ese fue el momento cuando le dije que era más feo que la cresta...

Se lo tomó con humor, y desde entonces nunca más fue tan pesado, al menos conmigo.

Cuando ibamos en cuarto, el Ra cambió, tuvo una especie de metamorfosis magnánima, era como si nada le costara en la vida: Mientras todos estabamos cagados con Laboral (maldito Laboral...), este huevón parecía que había nacido con el conocimiento que a todos nos costaba. Era como si ya supiera lo que le iban a preguntar y lo que el cuerpo académico esperaba que respondiera.

Un día me invitó a que subieramos el Cerro El Plomo. Yo ya había hecho algunas cumbres cerca de Santiago, había visitado el Salto de Apoquindo y escalado algunas montañas en el Cordón de los Españoles. Así que acepté la invitación, El Plomo era una buena instancia para conversar y para hacer una buena cumbre aquí en la Región.

En La Leonera yo estaba hasta el carajo, y este huevón parece que había nacido en el cerro, nada lo paraba. Nada.

Finalmente hicimos cumbre un Domingo de Junio, con mucho frío. Yo estaba medio apunado, pero feliz. El Ra estaba emocionado, ya nos quedaba poco para salir de la U, y habiamos hecho una excelente expedición al cerro. Eramos genuinamente felices.

A la Domi nunca le había caído muy bien el Ra, porque, puta, era feo y pesado... así que para qué intentarlo? Supongo que ese era su pensamiento, yo nunca le di mucha importancia, porque siempre asumí que era la forma natural de actuar frente a estas cosas, no sólo de las mujeres, sino que de la gente en general.

Un día el Ra nos invitó a que conociéramos algunos lugares de Santiago. Honestamente, yo pensé que era una paja levantarse a las 7 un Domingo para ir a huevear por la capital, pero como la Domi aceptó, a mi no me quedó otra que aceptar también. Total, no podía haber muchas cosas terribles que pasaran.

Nos levantamos y partimos al encuentro en Plaza Italia, el Ra no había llegado y ya eran las 8:20. Pero no nos importó, porque con la Domi conversar nunca fue un problema, así que con un par de cigarros lo esperamos en el Teatro de la Chile. El Ra venía con cara de no haber dormido y partimos al Cerro San Cristóbal, recorrimos la virgen y después caminamos toda la mañana por los senderos que existen ahí. Entre conversaciones profundas, risas y hueveo llegamos al Pablo Neruda, un mirador simbólico de Santiago, donde se ve todo, salvo lo que tapa el cerro.

Después fuimos a almorzar a un sucucho en el Matadero, en Franklin con Victor Manuel, o por ahí. En la tarde nos fuimos a Lo Barnechea, al pueblito, al Barnechea original, como decía el Ra. La Domi estaba impresionada, porque en verdad nadie se imagina que Barnechea puede ser normal.

Ese día fue clave, porque la Domi con el Ra empezaron a ser amigos.

Y así pasamos, eramos siempre los tres a todos lados, dondequiera que fuesemos. Hasta Alpinismo se puso a hacer la Domi con nosotros, y para ser honesto, yo era el más penca de los tres, pero no me importaba, porque eramos felices.

Y así seguimos los tres, yo defendiéndome en la U para egresar, la Domi avanzaba en su carrera de Endocrinóloga y el Ra rompiéndola.

Justo antes de salir, el Ra conoció a la Lucía, una mina que estudiaba Ingeniería civil, era más flaca que la chucha y algo escaladora, bien ligada a la política. A mi me parecía un poco altanera, pero da lo mismo. Si el Ra era feliz, yo también lo era por él.

Pasaron los meses hasta que yo egresé, y el Ra estaba a 5 días de dar su examen de grado. La Lucía ese día me invitó a tomar un café, así que nos encontramos en un café pretencioso y carero en el barrio Lastarria, me confesó que estaba enamorada hasta las patas, y que no sabía que hacer, porque el Ra le había dicho que ella lo estaba acaparando mucho. Y algo de razón tenía, porque ya no íbamos tan seguido a cerro, y el Ra había dejado de practicar Atletismo, sin mencionar que ya casi no nos juntábamos. La Domi lo extrañaba más que la cresta. Le dije que no es necesario acaparar a alguien si en verdad lo quieres, le dije que podría ser una buena idea que nos juntáramos con más gente, quizás con los cabros de la U, o qué se yo.

Cuando el Ra se tituló fue un día interesante. Ya era Abogado, por la chucha, mi mejor amigo era abogado!! La Lucía se consiguió una casa en el Cajón del Maipo, en San Gabriel y nos fuimos los cuatro y unos amigos de la Domi y de la Lucía al Cajón. Buena onda los cabros, chupamos hasta que nos aburrimos y le llevamos una torta al Ra. Incluso se puso a llorar el pobre, con tanta borrachera nos confesó que nunca pensó que la gente se acordara de él, y le agradeció a la Lucía la organización del evento. Evento que estuvo la raja, debo decir.

Al otro día partimos al Embalse el Yeso a hacer un asado, y fuimos todos felices, incluso engancharon el Lucho (un amigo de la Lucía) con la Cata (compañera de carrera de la Domi). Estuvimos hueveando en la nieve hasta como las 7 y bajamos.

Fue quizás el Fin de Semana más feliz de mi vida.

Después de eso la Domi estaba por recibir su título de Inmunóloga y yo terminando mi tesis cuando el Ra nos cuenta que le ofrecen una beca para irse a un Doctorado en Harvard.

Coincidió justo que se tituló la Domi un Viernes y el Ra se iba el viernes siguiente. Así que cuando la Domi se tituló hicimos una megafiesta en Las Urracas, una discotheque pretenciosa de Vitacura, pero siento que nos lo debíamos, porque habíamos pasado por tantas cosas juntos, y conocer esos lugares que aborrecíamos en algún momento no lo podíamos dejar atrás. Eso me lo enseñó el Ra, quien pese a que aborrecía algunas cosas, nunca renunciaba a conocerlas, porque siempre estaba dispuesto a la sorpresa.

En fin, nuestro estilo (la Domi, yo y el Ra) nunca fueron las discotheques. La Lucía igual sí, porque iban a Arte Matta a veces con sus amigas de Geología y de la FAU. Pero bailamos hasta el amanecer, yo y la Domi teníamos algo de ritmo, y el Ra, aunque tieso, igual lo pasó bien con la Lucía. Más aún, ello es subestimar las cosas, lo pasamos la raja.

Después de eso en la semana fuimos un par de veces a Lonquén, a disfrutar de las afueras de Santiago, a gastar nuestros ahorros en comidas sobrevaloradas. Hasta que llegó el día que el Ra se iba.

La Lucía estaba destrozada.

Después me titulé yo y no fue lo mismo sin el Ra, mi mejor amigo, incluso lloré cuando hablamos por Skype más tarde. Con la Domi y la Lucía fuimos al bella, donde ibamos cuando eramos más chicos a tomarnos unas chelas, quedamos hechos mierda y caminamos a la casa tristes porque el Ra no estaba.

Un año después se tituló la Lucía y partió ese mismo día a Boston. El Ra la esperó durante un año, porque la quería más que la chucha. Y después que obtuvo su doctorado se fueron a vivir a Nueva York.

El año pasado con la Domi fuimos a visitarlos, y están bien. La Lucía está embarazada y piensan volver a Chile en un año o dos. El Ra está feliz, pero creo que extraña Chile, o al menos nos extraña a nosotros.

Quizás no tanto como nosotros a él.

El Ra nunca se dió cuenta lo mucho que lo queríamos la Domi y yo. Supongo que debo decírselo cuando llegue.

Te quiero más que la cresta, compañero Ramón. No te olvides de nosotros, ni en tus más oscuros días, porque siempre te recordamos con cariño. Aunque seas más feo que la mierda, aunque fueras pesado en algún momento.

Espero con ansias volver al Cordón de los Españoles e ir al Cerro el Plomo, los tres, como hacíamos antes, o quizás con la Lucía, si se quiere unir.

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Nota del autor: No me juzguen, por favor.

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