viernes, 21 de septiembre de 2012

Existencia

Se detuvo por un momento frente a tan corriente edificio, apagó el cigarro y entró con inseguridad y el ceño fruncido. Por alguna razón que desconocía la incertidumbre y la inseguridad se habían esfumado luego de traspasar el umbral de la entrada. Atribuyó la temporal tranquilidad al cigarro y continuó hacia el mesón de ayuda.

La señorita lo miró con ojos suplicantes y preguntó: - En qué puedo ayudarlo?
Él le explicó la razón de su visita y ya con la respuesta de la desconcertada empleada caminó hacia la fila que debía hacer. Finalmente se encontraba ahí, a 8 (o quizás menos) minutos de la respuesta final, la respuesta a tantas preguntas que se llevaba haciendo desde que tenía 13 años. Se sentía desconcertado, pues siempre imaginó que el momento de la verdad iba a estar lleno de tensión y estrés, pero sin embargo se encontraba tranquilo y sereno. Ya no llevaba el ceño fruncido y su dibujaba en su semblante una pequeña sonrisa.


Los siguientes 5 minutos sucedieron con silencio en su mente. Ese silencio que denota seguridad, ese silencio que no causa incomodidad sino mas bien lo contrario. Llegó hasta el mesón y obtuvo el preciado documento.

Se dirigió a la salida sin sentir curiosidad. El rayo de certidumbre le llegó de un momento a otro. Inmediatamente entendió que todo lo que había pensado antes de ver por primera vez ese edificio era basura, total basura. Pensó que nunca nadie debe haber sido tan duro consigo mismo.

Tomó el sobre que había obtenido hace dos minutos y lo tiró a la basura. El guardia que se encontraba a la entrada le dijo: - Sabia decisión. Sólo los que realmente lo entienden tiran el sobre a la basura.

En efecto, hizo lo correcto. Por fin había empezado a vivir sin darle tantas vueltas a los pensamientos en su cabeza.

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