Aquí no expongo la lírica, sino mi interpretación.
Hay un montón de pena y tristeza en este mundo. No sé si por observador, o por la edad, o por la época, o quizás por un motivo ulterior del universo me pasa que he visto un exceso de gente apenada. Llantos por montones, desesperación, tristeza e incertidumbre rondan por mi alrededor como si fuera a llegarme en algún momento, y la verdad es que un poco me anduve contagiando de la tonterita.
Pero la verdad es que me sentí como un buitre. Engullí y tragué todo lo malo, lo que este mundo rechaza y lo que desdeña, lo aprehendí y aprendí también de ello, no cometí los mismos errores, y resulta que en algún momento me volví mejor. Quizás no mis amigos, ni la gente que conozco, ni la calle, pero yo sí. Y es lo único además de tragar pena ajena que puedo hacer para volver un mundo mejor.
Cuando digo tragar pena y engullir no hablo de simplemente dejarla pasar. No. Más bien todo lo contrario, aceptar la pena y escucharla, eso es devorar purulencia. Toda la pena y muerte que ronda es tanta que no se puede hacer más que devorarla para tratar de hacer esto un mundo mejor.
Y con tanta comida de carroñeros, crecí, fui una hiena y reverdecí, traje la primavera y un poquito de alegría a todo el mundo. Incluso a mí mismo.
Besé la mano de la muerte y me hice mejor.
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